[size=18:f06a1cfcfc][color=red:f06a1cfcfc] El trabajo en los astilleros de espacionaves [/color:f06a1cfcfc] [/size:f06a1cfcfc]
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Mi primer empleo como joven adulto fue en los astilleros de espacionaves, donde consideré que
mis capacidades y conocimientos podrían prestar el máximo servicio a la sociedad. Trabajé allí
como asistente de la ayudante del ajustador FTL, llamada Nellie. Ante el progresivo aumento del
número de mujeres empleadas en los astilleros entre los hombres, androides y robots, los
hombres habían adoptado un comportamiento cada vez más circunspecto. Sus juramentos eran más
contenidos, sus gestos eran menos groseros y su apariencia externa, menos descuidada. Tal
actitud me extrañó, ya que las mujeres mostraron claramente que no les importaban en absoluto
los juramentos, los gestos ni la apariencia.
En las papeleras de la planta encontré muchas notas de suicidas. La mayoría de ellas no había
llegado nunca a sus destinatarios y eran meros borradores de notas de suicidio:
Mi amor, cuando recibas la presente, ya no estaré en situación de molestarte más.
Cuando recibas esta carta, ya no seré capaz.
Cuando recibas estas líneas, ya no seré.
Mi amor, nunca más podremos rompernos el corazón el uno al otro.
Tú has sido más que la vida para mí. Mi amor, cuánto me equivocaba.
Es todo un detalle que la gente cuide tanto su estilo literario incluso en situaciones tan
extremas. La educación ha tenido su efecto. En mi escuela sólo aprendimos a redactar cartas
comerciales. Con referencia a su última remesa de hierro en bruto marciano... Si la vida es un
asunto tan trágico, ¿por qué no se nos enseña a escribir notas de suicidio decentes?
En esta era de progreso donde todo es avanzado, tecnológico y nuevo, la única porción de
nuestro ser que nos ha quedado es nuestra Condición Humana... la cual, desde luego, sigue siendo
mísera a pesar de las tres comidas diarias de alto contenido en proteínas. La proteína no tiene
efectos sobre la Noche Oscura del Alma. Los androides, que tanto se parecen a nosotros (ahora
tenemos esos nuevos androides negros trabajando en los astilleros de espacionaves), no tienen alma
y muchos de ellos están muy angustiados por carecer de ese prolongado y lento dolor de muelas
de la Condición Humana. Algunos han dejado el empleo y rondan ahora por las esquinas de las
calles con gafas oscuras, pidiendo limosna con patéticos mensajes colgados del cuello: «Huérfano
de tecnología», «Dejé la fávrika demasiado joben», «Compadeceos de mi pobre armazón de metal»
Y uno especialmente sobrecogedor que vi en el distrito de Queens. «La obsolescencia es la muerte
del pobre.» Los androides tienen sus traumas; el hecho de estar privados de la Condición Humana
debe ser traumático.
La mayoría de los androides odia a los androides-mendigos. Patrullan las calles después del
trabajo y se dedican a moler a golpes a los mendigos que encuentran, cuyos cuerpos metálicos
aparecen maltrechos a puntapiés en cualquier zanja. Los androides sin rostro dan miedo. Parecen
hombres cubiertos con máscaras de hierro. Uno no puede escapar nunca de representar un papel.
Mientras trabajaba en el astillero estábamos construyendo naves de la línea Q. Eran las
experimentales. La Ql, la Q2 y la Q3, una vez terminadas, habían sido remolcadas a una órbita más
allá de Marte y, a continuación, lanzadas hacia Alfa Centauri. No se había sabido nunca más de
ellas. Tal vez están efectuando una vuelta por el universo entero y regresarán al sistema solar
cuando el sol esté cubierto por una capa de tierra helada de diez kilómetros de espesor. En
cualquier caso, no viviré para ver ese día.
Construir esas naves no fue nada divertido. Carecían de lujos, no había zonas habitables,
mobiliario, pasadizos ni kilómetros y kilómetros de moqueta y demás parafernalia de una nave
espacial como era debido. Había muy poco en ellas que pudiera catalogarse de accesorio. Los
ordenadores que las tripulaban vivían existencias muy austeras.
—El sol estará cubierto por una costra de tierra helada de diez kilómetros de espesor cuando
regreses al sistema solar —le dije a BOLA, el ordenador del Q3, mientras lo instalábamos en el panel
de la nave—. ¿Qué harás entonces? —Tomaré datos de la tierra helada.
Una cosa he notado acerca de la verdad. Uno nunca la espera, de modo que muchas veces
suena a chiste. Los ordenadores y robots suelen resultar graciosos porque no tienen roles que
representar. Simplemente, le sueltan a uno la verdad. Le pregunté a ese BOLA:
—¿Para quién tomarás los datos de esa capa de tierra?
—Los tomaré por su interés intrínseco.
—¿Aunque ya no existan seres humanos a los que pueda interesar?
—No has comprendido bien el significado de «intrínseco»
Cada una de esas naves Q cuesta más que todos los ingresos anuales de un estado como la Gran
Bretaña. Motores en marcha y allá que se perdieron en el universo, para nunca más ser vistos. Mi
obra. Todos aquellos kilómetros de hermosa soldadura sin costuras. La obra de mi vida.
He dicho que los ordenadores dicen la verdad, pero es sólo la verdad según ellos la ven. Suceden
cosas que ninguno de nosotros ve: ¿Debemos incluirlas en nuestra verdad personal, o no?
Mi madre era una persona alegre y vital. Antes de que yo cumpliera diez años y me asignaran el
primer oficio extrafamiliar, los dos lo pasábamos muy bien juntos. Tenía un corazón de oro... más
aún, de uranio. Había una vieja amiga suya, la señora Patt, una mujer sorda que solía visitarla una
vez por semana y que se sentaba en el gran sillón mientras mi madre le gritaba preguntas y
comentarios.
Ahora comprendo por qué no soporté nunca a la señora Patt: porque todo lo que le decía
terminaba por sonar trivial y estúpido cuando tenía que repetirlo a voz en grito.
—Está bien eso de la ley para otra luna, ¿verdad?
—¿Qué has dicho?
—Digo si no te gusta esa ley sobre la luna extra.
—¿Si me gusta qué?
—¿No te parece bien la ley sobre la luna extra? Podríamos tener otra luna.
—¿Una cuna?
—¡Una luna! ¡La ley de la nueva luna! ¿No te parece una buena idea?
Yo me escondía detrás del sillón antes de que la señora Patt entrara. Cuando ella y mi
madre empezaban a hablar a gritos, asomaba la cabeza tras el respaldo del sillón sin que la señora
Patt se diera cuenta y me metía los pulgares en las orejas y los índices en la nariz y hacía muecas
agitando los demás dedos y moviendo las cejas arriba y abajo y sacando la lengua y parpadeando
enérgicamente, para hacer que a mi madre se le escapara la risa. Ella tenía que simular que no me
veía.
En ocasiones, tenía que fingir que se sonaba la nariz para así poder ocultar una breve sonrisa.
Teníamos un gato gris. A veces, yo sacaba la cabeza por un lado del sillón con el plato de la comida
del gato en la cabeza, maullando y sacudiendo las orejas.
La pregunta que me hago hoy, tras alcanzar una edad más sobria —la señora Patt visitó la clínica
eutanásica hace años— es si debo contarme o no entre la lista de verdades de la señora Patt. Ya que
yo no me hallaba entre sus fenómenos observables, no podía ser parte de su verdad revelada. Para la
señora Patt, yo no existía en mi manifestación postsillón; por tanto, mi efecto sobre su Ser era
completamente insignificante; por tanto, yo no podía formar parte de su Verdad, según ella la
percibía.
De igual modo, tampoco importaba si mis actos hacia la señora Patt eran bien o mal
intencionados, ya que no tenían efecto sobre su conciencia. El único efecto que mi
representación teatral ejercía sobre la señora Patt era llevarla a considerar a mi madre como una
persona con una inusual propensión a los resfriados, que necesitaba sonarse la nariz con gran
frecuencia.
Esto sugiere que existen dos tipos de verdad: uno es la verdad personal y otro la que, por temor a
usar un término todavía más idiota, llamaré una Verdad Universal. A esta última categoría
pertenecen claramente los sucesos que se producen aunque nadie los observe, como las yemas de
mis dedos dentro de la nariz, los vuelos de las Ql, Q2 y Q3, y Dios.
En cierta ocasión, traté de explicarle todo esto a mi amigo androide, Jackson. Traté de explicarle
que él sólo podía percibir la Verdad Universal y que no tenía entendimiento de la Verdad Personal.
—La Verdad Universal es la más grande, de modo que yo soy mayor que tú, que sólo percibes la
Verdad Personal —dijo Jackson.
—¡En absoluto! Obviamente, yo percibo toda la Verdad Personal, ya que es ésta mi
característica, pero también capto una buena parte de la Verdad Universal. De este modo, puedo
obtener una idea mucho más clara que tú de la Verdad total.
—Ahora te estás inventando un tercer tipo de verdad para imponerte en esta discusión.
Siempre tienes que andar demostrando que eres mejor que yo, simplemente porque tienes la
Condición Humana.
Lo desconecté. Soy mejor que Jackson. Puedo desconectarlo.
Al día siguiente, al entrar de nuevo en el turno, lo volví a conectar.
—Existe todo tipo de cosas terribles de las que no tienes conciencia haciendo gestos detrás del
respaldo de tu metafórico sillón —dijo de inmediato.
—Al menos, los seres humanos escriben notas de suicidio —repliqué—. Es un arte menor que
nunca ha obtenido el reconocimiento pleno. Un arte muy íntimo. Uno no puede escribir una nota
de suicidio a alguien que no conoce.
Querido Presidente: Tal vez mi nombre no le resulte familiar pero yo voté por
usted en las últimas elecciones y, al recibo de la presente, ya no estaré en situación
de molestarle más.
Ya no podré volver a votar por usted. Ni volver a apoyarle en las próximas
elecciones.
Querido Presidente: Esto le causará una cierta sorpresa, sobre todo porque usted no
me conoce, pero.
Querido Señor: Ha sido usted más que un presidente para mí.
La horas en los astilleros de las espacionaves se hacen largas, en especial a nosotros, los
jóvenes. Trabajábamos de diez a doce y, de nuevo, de dos a cuatro. Los robots trabajaban de
diez a cuatro. Los androides trabajaban de diez a doce y de dos a cuatro cuando yo empecé en
los astilleros como asistente de la ayudante del ajustador FTL y no hacían descansos para acudir a la
cantina, mientras que hombres y mujeres tenían quince minutos cada hora para tomar café y
drogas.
Cuando llevaba unos diez meses en los astilleros, se aprobó una ley que permitía a los
androides cinco minutos por hora para café (los androides no toman drogas) Los hombres se
pusieron en huelga contra la ley, pero todo volvió a sus cauces por Navidad, después de un aumento
de sueldo. La Q4 se retrasó otras dieciséis semanas pero, ¿qué son dieciséis semanas cuando se va a
dar la vuelta al universo?
Las mujeres eran muy emotivas. Muchas de ellas se enamoraron de androides. A los hombres, eso
les sentaba muy mal. Mi primer amor, Nellie, la ayudante del ajustador PTL, me dejó por un
androide electricista. Según ella, el androide era más respetuoso.
En la cantina, los hombres solíamos hablar de sexo y de filosofía y de quién iba ganando el
último Concurso de Preguntas. Las mujeres intercambiaban recetas de cocina. A menudo me da la
impresión de que las mujeres tienen una porción de Condición Humana bastante más reducida que
nosotros.
La primera vez que nos acostamos juntos, Nellie dijo:
—Estás un poco nervioso, ¿verdad?
Bien, lo estaba, pero respondí:
—No, no estoy nervioso, es sólo cuestión del rol a desarrollar. No he perfilado del todo ninguno
para afrontar esta situación en concreto.
—Bueno, anímate entonces, o va a sonar el silbato. Puedes ser el Gran Amante o algo así, ¿no?
—¿Te parezco el Gran Amante? —pregunté exasperado.
—Los he visto menores —replicó ella con una sonrisa.
Después de esto, siempre lo pasamos bien juntos, y luego ella tuvo que dejarme por ese androide
electricista.
Durante unos días, me sentí terriblemente desgraciado. Pensé en escribirle una nota de
suicidio, pero no supe qué palabras poner.
Querida Nellie: Sé que eres demasiado dura de corazón para que te importe un
bledo todo esto, pero. Sé que no te importa un bledo, pero. Sé que no te importa
un bledo. Que te importa un pimiento. Que te es indiferente. Que te es indiferente
lo que me suceda, pero. Mientras sigues ahí entre los brazos sintéticos de tu amante,
tal vez te interese saber que estoy a punto de.
Pero en realidad no estaba a punto de, pues inicié una íntima amistad con Nancy, y ella disfrutó
con mi interpretación del rol del Gran Amante. Nancy era muy buena en el papel de Yo-Sé-Que-
Ambos-Somos-En-Realidad-Demasiado-Sensibles-Para-Esto. Al cabo de un tiempo, conseguí un
traslado que me permitió trabajar con ella en el condensador de estribor. Nancy me explicaba
recetas de platos exóticos. A veces, era todo un alivio volver a juntarme con mis compañeros en
la cantina. Por fin, llegó el gran día en que la Q4 quedó terminada. El Presidente acudió al acto
conmemorativo, nos dirigió unas palabras e inspeccionó la aguja de reluciente metal, de tres
kilómetros de altura. Nos contó que la nave había costado más de lo que valía toda Sudamérica y
que abriría una Nueva Era en la Historia de la Humanidad. O tal vez dijo un Nuevo Error. Fuera
como fuese, la Q4 iba a ponernos en contacto con alguna otra civilización a muchos años luz de
distancia. Era fundamental para nuestra supervivencia que estableciéramos comunicación con esa
civilización antes de que lo hicieran nuestros enemigos.
—¿Por qué no establecemos esa comunicación directamente con nuestros enemigos? —me
preguntó Nancy agriamente. Desde luego, no tiene el menor sentido de la oportunidad.
Mientras todos nos retirábamos tras la ceremonia, tuve una sorpresa desagradable. Vi a Nellie con el
brazo en torno de la cintura del androide electricista, que caminaba cojeando. ¡Un androide,
renqueando! Eso sí que era todo un rol. ¡Androides byronianos! Si no nos andamos con cuidado,
acabarán por apropiarse de la Condición Humana igual que lo están haciendo de nuestras
mujeres. El futuro es negro y las papeleras de nuestro destino están llenándose de notas de suicidio.
Me sentí realmente enfermo. Nancy me miró como si pudiera ver a alguien detrás de mí
introduciéndose los pulgares en los oídos y los meñiques en los agujeros de la nariz y todo eso. Por
supuesto, cuando me di la vuelta para mirar, allí no había nadie.
—Vamonos a representar el papel de Grandes Amantes mientras todavía nos quede tiempo —le
propuse.
(1969)
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